Las crisis de ansiedad no suponen un peligro para la vida de las personas, pero el miedo a volver a padecerlas puede desencadenar nuevos ataques.

El miedo a sufrir angustia genera angustia. Éste es el principal problema de los ataques de ansiedad o crisis de pánico. Afectan con más frecuencia a mujeres y, en general, surgen en la adolescencia o en la primera edad adulta, aunque también es posible que se den más adelante y sin antecedentes previos. Siempre que se vive uno de estos episodios, la ansiedad aumenta hasta el punto de desencadenar síntomas físicos que se asemejan a los de un infarto, aunque no suponen un peligro para la vida de las personas. Las reacciones son tan molestas que el miedo a volver a padecerlos puede ser el desencadenante de nuevas crisis.

En estos momentos las crisis de pánico afectan al 1,5 – 3,5% de la población. Algunos de los factores que predisponen a padecer alguna crisis pueden ser periodos prolongados de estrés o haber sufrido episodios traumáticos. A pesar de que se han detectado componentes hereditarios, y aunque pesen los antecedentes familiares, también es posible que una persona con estos antecedentes nunca sufra estos ataques.

Síntomas físicos asociados

Quien sufre una crisis de pánico percibe una sensación de pérdida de control y de que su vida corre peligro, que se plasma en reacciones físicas. Las más comunes son dificultad para respirar, temblores, dolor o presión en el pecho, palpitaciones, taquicardia, sudoración, mareo, hormigueo en extremidades, náuseas, calambres, entumecimiento o escalofríos.

Causas de una crisis

No se puede mencionar una sola causa que explique por qué aparece una crisis de pánico, aunque sí se ha demostrado que las personas con un carácter propenso a la ansiedad y a la tensión son más susceptibles de sufrir este cuadro. Estas crisis no dejan de ser reacciones normales del organismo ante la ansiedad, aunque con una intensidad por encima de lo normal.

De hecho, quienes han sufrido alguna crisis no identifican con facilidad la causa. Son personas capaces de seguir su vida cotidiana de forma normal, con un nivel de estrés elevado pero latente, sin que se tenga conciencia de que el organismo se encuentra cerca de desarrollar los síntomas. Por este motivo las crisis pueden aparecer en situaciones cotidianas y tranquilas en apariencia en las que el estrés no ha aumentado de forma brusca, pero sí lo suficiente para que el organismo reaccione.

Las crisis de pánico guardan relación con la sensación de miedo: un individuo con una personalidad ansiosa que anticipe situaciones desagradables mantendrá la sensación de miedo. Aunque irracionales, estos miedos mantienen a la persona en alerta constante. Y si, además, se tiene un carácter obsesivo, las posibilidades de sufrir alguna crisis de angustia son mayores. Los pensamientos obsesivos suelen acabar distorsionándose de tal forma que pueden llegar a generar dos tipos de miedo: el miedo a perder el control y el miedo a morir. Ambos son tan intensos que pueden desembocar con facilidad en una crisis.

Los síntomas físicos de una crisis de angustia son tan molestos que el simple hecho de anticiparlos puede causar la misma crisis. Una atención excesiva a este tipo de reacciones corporales puede generar un temor irracional a sufrir otro ataque que activará el sistema nervioso y provocará un aumento de la tensión muscular, del ritmo respiratorio y del cardíaco. El oxígeno llegará de forma irregular al organismo, lo que puede traducirse en desorientación y mareo, y se desencadenará la crisis de pánico que, aunque de forma involuntaria, será autoinducida.

Las personas que anticipan la aparición de nuevos episodios corren el riesgo de evitar de manera patológica exponerse a situaciones ansiosas o lugares donde se sufrieron crisis anteriores, hasta el punto de que pueden padecer agorafobia, acepción que define a una persona que no es capaz de salir de casa para evitar exponerse a una nueva crisis.