Síntomas más frecuentes

  • Sensación de cansancio permanente.
  • Irritabilidad e insomnio.
  • Tendencia a las ideas obsesivas y a la depresión.
  • Dolor de cabeza, dolor torácico, de espalda y cuello.
  • Palpitaciones, pérdida de apetito, cambios en la conducta sexual.
  • Aumento de la sudoración y subida de la tensión arterial.

Combatirlo día a día

  • La actitud y la preparación psicológica ante diferentes situaciones vitales predecibles son algunos de los mejores métodos para reducir los efectos adversos del estrés.
  • Un buen comienzo para evitar padecerlo puede ser mirar al futuro con optimismo, además de intentar dominar las situaciones previsibles.
  • Tratar de resolver, discutir y dejar claros los temas conflictivos es otro recurso que da buenos resultados.
  • Siempre que podamos, debemos evitar las situaciones ambiguas.
  • Cuando no sepamos resolver nuestros problemas es muy conveniente implicar o pedir consejo a personas cercanas o a expertos.
  • Dedicar más tiempo a uno mismo, disfrutar de pequeños placeres, observar la naturaleza, relacionarse con los amigos son, sin duda, actividades antiestresantes.
  • Expresar nuestras emociones, reír, llorar y gritar ayuda a aliviar el estrés.
  • Hacer ejercicio físico de forma intensa.
  • Practicar algún deporte y competir son actividades muy recomendables.

Aprender a relajarse

La relajación física y psíquica es un medio muy eficaz para combatir el estrés. Existen diferentes vías para conseguirla, fundamentalmente a partir del entrenamiento respiratorio y muscular, los ejercicios posturales, el masaje y los ejercicios de concentración. Con la relajación conseguimos grandes beneficios para nuestra salud, ya que nuestros músculos adquieren más elasticidad, la respiración se vuelve más eficaz, la circulación se activa, la presión arterial disminuye y las funciones glandulares y hormonales se regularizan.

En contra de lo que pueda parecer, el estrés no es una patología exclusiva de nuestro tiempo. Siempre ha existido, y tanto en la prehistoria como en la antigua Grecia, en la Edad Media o en la época actual ha sido una situación inherente a cualquier organismo vivo. Se trata de una forma de reacción ante múltiples estímulos externos conocidos como agentes estresantes.

Lo que sí es diferente es que en la vida moderna se generan gran cantidad de situaciones que nos producen estrés, y cuando éste se mantiene actuando durante mucho tiempo, y no podemos controlarlo, nuestro organismo se ve perjudicado, apareciendo tarde o temprano los síntomas característicos del estrés que se ha convertido en crónico. Estos son, entre otros: sensación de cansancio, estado de irritabilidad, dolores de cabeza, falta de concentración, pérdida de apetito y tendencia a sentir depresión.

¿Cómo responde el organismo?

No debemos olvidar que cualquier acontecimiento en nuestra vida puede generar estrés, ya que también los acontecimientos agradables lo provocan. Una boda, un viaje o una celebración pueden ser su causa, al igual que un accidente, un examen o la pérdida de un ser querido. En situación de alerta, de peligro, sobrecarga o tensión, el hipotálamo, que es una estructura anatómica situada en el cerebro, estimula la hipófisis, la cual, por medio de hormonas, hace que aumente la función de las glándulas suprarrenales. Éstas producen adrenalina, sustancia que aumenta la velocidad del latido cardíaco y el número de respiraciones, sube la tensión arterial y eleva las cifras de azúcar en sangre.

Cuando esta situación se mantiene de forma prolongada y no la superamos, el organismo se altera, y decimos que estamos estresados. Para controlarlo, debemos tener en cuenta que las reacciones ante el estrés son fisiológicas y normales, y que los mecanismos de defensa deben intentar neutralizarlo, tratando de adaptarnos a las distintas situaciones cuando las circunstancias lo exigen.

¿Estamos sometidos a estrés?

En realidad, todos lo estamos. Es algo completamente normal en nuestras vidas, pues es la manera que tenemos de reaccionar ante estímulos externos. El secreto está en controlar estas reacciones y saber adaptarse a las diferentes situaciones, pues esta facilidad de aclimatación es la que hace que el estrés nos afecte en mayor o menor grado.

En la sociedad actual, y dada nuestra rutina de vida, se acumulan los factores que causan esta patología: la vida profesional, el tráfico, los ruidos, la contaminación, los conflictos, los problemas domésticos, las relaciones interpersonales y los problemas económicos. Todo ello puede afectar a nuestra salud a la larga.