La empatía es la capacidad de una persona de vivenciar la manera en que siente otra persona y de compartir sus sentimientos.

La habilidad para entender las necesidades, sentimientos y problemas de los demás, poniéndose en su lugar y responder correctamente a sus reacciones emocionales, se conoce como empatía. Las habilidades sociales no exigen simpatía, pero sí empatía. Un investigador francés y una investigadora suiza averiguan cómo el cerebro nos hace más sociales y mejor adaptados a la relación con los demás.

Somos animales sociales, lo confirman tanto los etólogos (investigadores del comportamiento animal) como los neurocientíficos que desentrañan las claves del cerebro humano. Frederique de Vignemont (Bron, Francia) y Tania Singer (Zurich) se han servido de técnicas de espectrometría para medir el impacto de las emociones en el cerebro y cómo las emociones expresadas por un individuo que habla afectan al de quien le escucha. De este modo han podido medir, asimismo, lo que hasta hace poco era casi sólo una sensación de validez social: la empatía.

Vignemont y Singer han ido más allá y han postulado incluso algunos factores que pudieran modular tanto las emisiones como las recepciones de empatía desde la base cerebral. Los científicos aseguran que estos factores desempeñan una labor fundamentalmente epistemológica, procurando información orientativa sobre lo que el contertuliano piensa o se dispone a pensar, así como circunstancias tales como su estado de ánimo y su mayor o menor complicidad con lo que se dice.

Enajenando emociones

La habilidad de experimentar emociones ajenas como si fuesen propias es la base de la empatía. Averiguar qué emociones alberga nuestro interlocutor, cuán fuertes son dichas emociones y qué las ha desencadenado puede parecer una labor de adivino, pero hay muchas personas que en un grado u otro pueden acometer esta tarea. Para los psicólogos resulta casi una facultad sine qua non. No se trata sólo de ser simpáticos. Invitamos a alguien a tomar el té, escuchamos atentamente sus exposiciones y nos mostramos congruentes con su estado de ánimo, aliviando pesares o reforzando euforias… Eso es sólo simpatía.

Los muy empáticos triunfan en labores de enseñanza, asistencia sanitaria o ventas, pero deben hacer frente a una constante fuente de estrés .

Si no entendemos las emociones que nuestro invitado expone hasta el punto de identificar su origen, no seremos capaces de cuadrar el círculo empático. La simpatía es un proceso puramente emocional, que tiene con la empatía la misma relación que puede tener un dibujo con el objeto que representa. La empatía involucra las emociones propias; sentimos lo que sienten los demás porque compartimos los mismos sentimientos; no captamos solamente la emoción ajena, la sentimos propia y la razonamos con nuestra propia razón. Incluye perspectivas, pensamientos, deseos o creencias que importamos de quien está sentado ante nosotros. Pero el té con empatía puede también atragantarnos.

Una persona tremendamente empática vive expuesta a un complejo universo de información emocional, dolorosa y puede que intolerable, que los demás simplemente no perciben. Los muy empáticos triunfan en labores de enseñanza, asistencia sanitaria o ventas, pero también deben hacer frente a una constante fuente de estrés. «Primero, trata de entender al otro, después trata de hacer que te entiendan a ti», decía Stephen Covey. Hace falta recordar que la empatía no hace buenas a las personas. Ver lo que los demás ven, oír lo que los demás oyen, pensar lo que los piensan o sentir lo que los demás sienten puede ser también un requisito importante para convertirse en timador.

Aprender a escuchar

La mayoría de nosotros habla prestando más atención a las propias emociones que a lo que nos dicen las emociones de los demás; escuchamos pensando en lo que vamos a decir nosotros a continuación, o pensando en qué tipo de experiencias propias podemos aportar a la situación. Aprender a escuchar supone enfocar toda la atención hacia el otro cuando habla, dejar de pensar en lo que queremos decir o en lo que nosotros haríamos en su lugar. Cuando se escucha con atención se escucha, además, con todo el cuerpo. Las personas con gran capacidad de empatía son capaces de sincronizar su lenguaje no verbal al de su interlocutor. Son capaces de interpretar indicaciones no verbales por medio de cambios en los tonos de voz, gestos o movimientos que realizamos inconscientemente pero que proporcionan gran cantidad de información.

Un ejemplo: permaneciendo sentados en una cafetería y poniéndonos a observar a las personas de nuestro alrededor con atención notaremos con facilidad quienes son amigos y quienes no. Las personas que sintonizan demuestran su sintonía físicamente y acompasan gestos, expresiones, tono de voz, etcétera. En su libro Frogs into Princes (sapos convertidos en príncipes) Bandler y Grinder aseguran que los magos de la comunicación se caracterizan por tres grandes pautas de comportamiento: tienen claro el mensaje que reciben, son capaces de dar con la respuesta adecuada en medio de muchas respuestas posibles y presentan una agudeza sensorial capaz de advertir las emociones de otra persona sin que ésta las haya verbalizado.

La antiempatía o fobia social

No tenemos cualidades empáticas y, no obstante, sobrevivimos. No pasa nada. Sin embargo, hay personas para quienes la dificultad de entablar una relación empática se convierte en verdadera pesadilla. Hay incluso quien no sale de casa o no habla con nadie por miedo a no entender o a no ser entendido. Es el otro extremo de la empatía y provoca una ansiedad enfermiza bautizada con el nombre de fobia social. Se calcula que entre un 3 y un 13 % de la población general experimenta fobia social, pero es probable que estas proyecciones de prevalencia se difuminen entre muchos casos aún por diagnosticar.

La fobia social consiste en un miedo persistente y acusado a situaciones sociales, entrevistas o actuaciones en público por temor a que resulten embarazosas. El fóbico social teme que la empatía de otros identifique las debilidades propias y dibuje el retrato de una persona ansiosa, débil, rara o tonta. Su ansiedad, además, toma forma de palpitaciones, temblores, sudoración, pirosis, falta de aire, rubor y confusión. En muchas ocasiones, el temor es tan intenso que las personas evitan completamente las situaciones sociales que temen. En otras, las soportan pero con considerable angustia y malestar. En cualquier caso, tanto el miedo como la evitación limitan las posibilidades de desarrollo personal y afectan profundamente la calidad de vida.

Los cuadros de fobia social suelen aparecer a mediados de la adolescencia y no es raro que la persona acredite desde entonces y por muchos años una gran timidez o inhibición social. Muchos fóbicos sociales creen incluso que son así y que no hay nada que puedan hacer para superar el problema, ignorando que existen tratamientos que han demostrado solventemente su capacidad para socializar al más huraño. En el tratamiento de la fobia social, la empatía del terapeuta se encargará de identificar, desafiar y combatir los pensamientos muchas veces desfigurados acerca de la situación social concreta de cada persona.