Coincidiendo con el 50 aniversario de la muerte del escritor Ernest Hemingway se publica en España, de la mano de Alianza Editorial, el libro Mrs Hemingway en París, escrito por Paula McLain. Publicado en Estados Unidos en febrero de este mismo año, ya lleva 25 ediciones en su idioma original.

Una historia que mezcla ficción y realidad, que captura la voz y el corazón de la primera esposa de Ernest Hemingway, Hadley, mientras intentaba luchaba por ser su mujer, musa, madre, amante y amiga. Todo esto, en el mismo ambiente en el que se fraguaron dos de las obras clave del escritor: París era una fiesta (A Moveable Feast) y Fiesta (The Sun Also Rises).

Una lectura obligatoria para el 2011 y un regalo perfecto para estas navidades.

Sinopsis

Hadley Richardson vivía en el Chicago de 1920 una existencia sin privaciones, pero alejada del amor y la felicidad hasta que conoció a Ernest Hemingway. Quedó cautivada por la energía y ambiciones que derrochaba. Su vida cambió para siempre. Después de un breve noviazgo, se convirtió en la primera esposa de Hemingway. Se trasladaron a París, en donde fueron “muy pobres, pero muy felices” frecuentando el círculo de artistas formado por Francis Scott y Zelda Fitzgerald, Gertrude Stein, Ezra Pound… Aquella “generación perdida” que había encontrado refugio en París.

Aunque profundamente enamorados, la pareja no estaba preparada para soportar el ambiente de aquel París alocado y lleno de glamour que quería olvidar los desastres de la Gran Guerra. Las fiestas continuas en aquella era del jazz, los excesos del alcohol, las tertulias ingeniosas…, no eran lo más adecuado para la fidelidad y la vida familiar. Siempre rodeado de atractivas mujeres y egos artísticos rivales, Ernest luchaba y empezaba a encontrar la voz que le dará un lugar privilegiado en la historia de las letras. Pero todo era a costa de sacrificar su relación con Hadley y el hijo de ambos. El rol de Hadley como esposa, amiga y musa estaba en peligro. Luchó contra los celos y la inseguridad en sí misma, pero su matrimonio ya estaba abocado a su crisis definitiva; un desengaño que terminó echando por tierra todo por lo que habían luchado juntos.

Mrs. Hemingway en París es una historia de amores y traiciones de dos seres inolvidables. Pero también es un fresco de toda una época en la que París fue escenario de uno de los momentos más alegres, ricos y creativos de la historia de la cultura. Un periodo excepcional en el que, como reza el libro póstumo del propio Hemingway, París era una fiesta.

La autora, Paula McLain

Paula McLain es doctora en Literatura, especializada en poesía. Su vida está ligada a la docencia y a la investigación. Imparte clases de Literatura en el New England College y en la Universidad John Carroll, de Cleveland. Es autora de un libro de recuerdos, Like Family; una novela, A Ticket to Ride; y dos volúmenes de poesía.

Primer capítulo de la novela Mrs Hemingway en París

Lo primero que hace es clavar en mí aquellos maravillosos ojos pardos y decir:

—Es posible que esté demasiado borracho para opinar, pero podrías tener razón.

Es octubre de 1920 y el jazz está en todas partes. No sé nada de jazz, así que estoy tocando a Rachmaninov. Noto que las mejillas se me empiezan a ruborizar por efecto de esa sidra tan fuerte con la que me ha estado atiborrando mi amiga Kate Smith, así que me relajaré. Estoy notándola, segundo a segundo. Me empieza en los dedos, calientes y sueltos, y se desplaza por los nervios, dominándome. Hace más de un año que no me emborracho —no desde que mi madre cayó gravemente enferma— y he echado en falta el modo en que llega con su guante de niebla perfecto, instalándose cómoda y maravillosamente en mi cerebro. No quiero pensar y tampoco quiero sentir, salvo que sea algo tan sencillo como la rodilla de aquel chico tan maravilloso a unos centímetros de la mía.

La rodilla casi es suficiente por sí sola, pero lleva incorporado a todo un hombre, alto y delgado, con mucho pelo oscuro y un hoyuelo en la mejilla izquierda en el que te puedes caer. Sus amigos le llaman Hemingstein, Oinbones, Bird, Nesto, Wemedge, cualquier cosa que se les ocurra sobre la marcha. Él llama a Kate Stut o Butstein (¡valiente piropo!), y a otro amigo Little Fever, y a otro Horney o el Great Horned Article. Parece conocerlos a todos, y todos parecen saber los mismos chistes e historias. Se telegrafían ocurrencias en clave entre ellos, rápidos e ingeniosos. No los puedo seguir, pero en realidad no me importa. Estar cerca de aquellos desconocidos tan alegres es como una poderosa trasfusión de buen humor.

Cuando Kate se acerca desde la zona de la cocina, él me señala con su barbilla perfecta y dice:

—¿Cómo deberíamos llamar a nuestra nueva amiga? —Hash —dice Kate. —Hashedad es mejor —dice él—. Hasovitch. —¿Y tú eres Bird? —pregunto yo.

—Wem —dice Kate. —Soy de los que creen que debería bailar alguien. Sonríe sin la menor reserva, y segundos después Kenley, el hermano de Kate, ha apartado a un lado con el pie la alfombra del cuarto de estar y ha puesto en marcha el gramófono. Nos lanzamos a ello, bailando entre un montón de discos. Él no es un buen bailarín, pero sus brazos y piernas tienen las articulaciones poco tensas, y puedo asegurar que está cómodo en su cuerpo. Tampoco muestra la menor timidez al moverme. Un instante después tenemos las manos húmedas y apretadas, y nuestras mejillas se encuentran lo bastante cerca para que pueda sentir su auténtico calor. Y es entonces cuando me dice que se llama Ernest.

—Sin embargo, estoy pensando en librarme de él. Ernest es tan feo. ¿Y Hemingway? ¿A quién le gusta un Hemingway?

«Probablemente a todas las chicas de aquí a la avenida Michigan», pienso, mirándome los pies para disimular mi sonrojo. Cuando vuelvo a alzar la vista, él tiene los ojos clavados en mí.

—¿Oye? ¿Y tú qué opinas? ¿Debería quitármelo?

—Puede que todavía no. Nunca se sabe. Un nombre como ése podría cuajar, ¿y dónde estarías tú si ya no lo tuvieras?

—Buena observación. La tendré en cuenta.

Comienza una pieza lenta, y, sin hacer preguntas, me agarra por la cintura y me atrae hacia su cuerpo, que incluso gana en las distancias cortas. Tiene el pecho sólido, y lo mismo pasa con sus brazos. Apoyo las manos en ellos un poco mientras me lleva por la habitación, y pasamos junto a Kenley, que da cuerda al gramófono con energía, pasamos junto a Kate, que nos lanza una mirada prolongada, curiosa. Cierro los ojos y me apoyo en Ernest, que huele a bourbon y a jabón, tabaco y algodón húmedo; y en ese momento todo es tan intenso y encantador, que hago algo nada propio de mí y me limito a dejarme ir.

¿Te ha gustado?…si quieres conocer la historia completa…ya sabes.