¿Qué es mejor? ¿Esperar o provocar el parto si después de romper aguas no se da a luz espontáneamente? Para unos, lo mejor es inducirlo porque la espera aumenta el riesgo de infección tanto para la madre como para el niño; para otros, conviene esperar a que empiece espontáneamente (siempre que no haya peligro), para lograr reducir el riesgo de recurrir a cesárea. En un trabajo publicado en el ‘New England Journal of Medicine’ parecía apuntarse que los partos inducidos son más seguros que decantarse por la opción de esperar, de esta manera se evitan infecciones. Cuando el feto está en la bolsa amniótica, está completamente aislado del exterior y de cualquier posible infección. En cuanto esta barrera de protección se rompe, el niño queda expuesto a numerosos agentes externos, de hecho, la vagina no es estéril y se convierte para el niño en un peligroso foco de infección.

Cerca del 8% de las mujeres que llegan al término de su embarazo, rompe aguas antes de que el parto empiece. Si el parto no es inducido, más del 60% de estas mujeres lo tiene espontáneamente en las 24 horas que siguen a la rotura de las membranas y el 95%, en las 72 horas siguientes. Algunos ginecólogos distinguen entre las inducciones selectivas –dirigidas a programar el parto para una fecha determinada– y aquellas que están motivadas por una patología médica. En el primer caso, se valora que se den las condiciones necesarias y que el cuello uterino se encuentre suficientemente blando y dilatado. Cuando se produce alguna situación que obliga a inducir el parto y hay que ‘terminar el embarazo’, la inducción se lleva a cabo independientemente de cómo esté el cuello del útero. En la actualidad, el número de partos programados está aumentando peligrosamente, especialmente en la atención privada.

Cada hospital dispone de un protocolo de actuación que indica qué hacer en cada caso. Generalmente, todos ellos suelen dejar un período de 12-24 horas a partir de la rotura de la bolsa amniótica para esperar a ver si en ese tiempo se produce un parto espontáneo. Si en ese plazo la mujer sigue sin tener contracciones, es necesario recurrir a algún fármaco, generalmente prostanglandinas, para inducir el parto y evitar así determinadas situaciones de riesgo para madre e hijo, que el niño no reciba suficiente oxígeno o que la madre tenga la tensión arterial demasiado alta, por ejemplo. En otras ocasiones se emplea oxitocina, capaz de provocar las contracciones. Esta sustancia, producida de forma natural por el organismo humano ,provoca las contracciones del parto y si todo se desarrolla normalmente, el cuello del útero comenzará a dilatarse llegado el momento de dar a luz. De no ser así, el ginecólogo puede optar por suministrarla de forma artificial. En ocasiones, con la epidural, que frena las contracciones, también es necesario recurrir a ella. Mediante dosis muy medidas –hay que recordar que la madre y el feto se encuentran monitorizados durante todo el proceso–, se administra este fármaco para provocarlas. A diferencia de los partos naturales, en cuanto se emplea esta hormona las contracciones se producen de forma brusca, sin que haya una evolución progresiva.

Algunas voces críticas advierten que la oxitocina se emplea a veces de manera innecesaria, lo que cuestiona la seguridad del procedimiento. Esta sustancia puede llegar a reducir el flujo sanguíneo que va del útero hasta el feto y que le nutre de oxígeno; aunque esto ocurre también durante las contracciones naturales. La naturaleza es sabia dirán algunos… porque el organismo del feto está plenamente preparado para superar todos los ‘traumas’ a los que está sometido su cuerpo durante el parto. Y, en este caso, sus reservas de oxígeno le permiten superar esta falta de oxígeno. Además, al forzar el proceso de forma artificial, estos partos no sólo son más dolorosos que los partos ‘naturales’ sino que la capacidad de respuesta y recuperación no es la misma.