La piel actúa como una barrera de protección ante cualquier cambio exterior y su función, entre otras, es proteger al resto del organismo de las inclemencias meteorológicas. Sin embargo no todas las pieles son iguales, el grado de sensibilidad es diferente y por tanto su reacción también. Por esta razón, los dermatólogos subrayan la importancia de que cada persona conozca con exactitud las características de su piel y el grupo al que pertenece: grasa, normal, seca y muy sensible.

La piel muy sensible es la que más sufre en invierno y en verano. Se caracteriza por ser muy irritable tanto con los cambios de temperatura o las alteraciones climatológicas como por el roce con ciertas prendas de vestir. Asimismo, este tipo de piel tiende a sonrojarse y alterarse con facilidad. En estos casos el cuidado y la hidratación deben ser aún mucho mayores que en las pieles normales, mixtas o grasas. La piel seca suele agrietarse y resecarse con facilidad si se le somete a aire frío y también necesita una adecuada hidratación. La piel grasa aguanta mejor los cambios bruscos de temperatura, así como los rigores propios del invierno y el verano.

Esta es la clasificación general que los dermatólogos hacen de las pieles, aunque al mismo tiempo reconocen que en la mayoría de las personas se dan varios tipos de piel a la vez dependiendo de las zonas del cuerpo.»La piel no suele ser homogénea, anatómicamente tenemos zonas más grasas o más secas. Por ejemplo, la zona central de la cara (nariz, frente y mentón) siempre es más grasa que las mejillas y zonas próximas a las orejas. En el tronco ocurre igual porque en la columna y centro del pecho tenemos más grasa que en los laterales, brazos y piernas. En definitiva, todas las personas tenemos pieles más o menos mixtas, pero a la vez hay quien tiene zonas muy secas por todo el cuerpo», detalla.

Además, que la piel va evolucionando y modificándose con los años. Así, una misma persona puede pasar por varios tipos de piel a lo largo de su vida. «La edad ejerce una serie de cambios sobre la piel. En la infancia suele ser más seca, se hace más grasa al llegar a la pubertad y se mantiene grasa o mixta durante la edad adulta. Al llegar al climaterio o la vejez tiende a hacerse de nuevo más sensible o irritable», concreta el dermatólogo.

Los principales factores asociados al invierno que afectan de forma negativa a la piel son el frío, el viento, la humedad, los cambios bruscos de temperatura ambiental (contrastes de frío y calor) o la sequedad producida por algunas calefacciones con excesivo calor, principalmente las de aire caliente. Todo ello provoca una gran deshidratación además de alteraciones cutáneas que se traducen visualmente en una piel seca, descamada y fisurada, que a largo plazo conlleva un envejecimiento mayor de la piel.

El frío es uno de los factores que más perjudica la buena salud de nuestra piel. Otras causas de su envejecimiento son el sol, la edad, el tabaco o el estrés. El sol es el factor que más favorece la formación de arrugas, no hay que descuidarse en invierno: «existe la falsa creencia de que durante los meses de frío la piel no necesita tantos cuidados porque hay menos sol, pero es muy importante protegerse bien, sobre todo siempre que se practique cualquier tipo de actividad al aire libre».

El portavoz de la Academia aconseja la utilización a lo largo de todo el año de una crema hidratante que lleve protección solar incorporada para cuidar y prevenir la piel ante cualquier agente externo. En su opinión, es suficiente con un índice de protección número 15 ó 20 para pieles normales, o mayor si la piel es muy sensible. «La mayoría de las hidratantes que se ofertan en el mercado de la industria farmacéutica ya lo incorporan, pero se venden muchas otras que no incluyen protección». A este respecto, José Luis Díaz insiste en la importancia de usar cremas con filtros solares foto estables, es decir, que duran más tiempo en la piel porque en la mayoría de los protectores el efecto desaparece al cabo de hora y media por el desgaste del sol y la luz, de forma que si no se renueva cada cierto tiempo la piel vuelve a estar desprotegida.